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HIJOS REBELDES Y EL PODER EN LA FAMILIA

Un tema que hace años se ha vuelto más recurrente en las familias, es el surgimiento de un hijo conflictivo. Esto se vive de maneras muy diversas, pero una de las más frecuentes son la desobediencia y la rebeldía. Hijos que dejan de hacer caso a los padres y comienzan a tener actitudes que son disruptivas para la familia: malas notas, mala conducta, se vuelven contestadores y atrevidos, dejan de acatar las normas y los horarios establecidos. En situaciones más complicadas puede haber actos de vandalismo, consumo de alcohol y de drogas, entre otras cosas que causan problemas en los distintos ámbitos en los que el niño crece.

Muchos casos como estos llegan a la consulta del psicólogo. Unos padres angustiados o derechamente molestos se sientan junto a su hijo, que cruzado de brazos mira para otro lado y -si se le pregunta- dice que no sabe por qué está ahí. Los padres miran al psicólogo como pidiendo misericordia. Porque hay que tener presente una cosa: la razón por la que están ahí –y pueden no saberlo- no es por su hijo, es por ellos, porque no saben qué hacer. Se entiende que esa es la razón sencillamente porque si supieran qué hacer, no irían.


Pese a esto, el abordaje que habitualmente hace el psicólogo, se concentra principalmente en el trabajo con el niño. Detrás de esta forma de ver el problema hay distintas hipótesis. Una de ellas es que este niño tiene algún conflicto en su vida que se manifiesta por medio de estas conductas, denominadas por la psiquiatría como “síntomas”. Otra de las ideas que circula, es que ha habido un cambio generacional. Por lo tanto, son los niños los que han cambiado. Hay algo de cierto en esa idea, naturalmente las generaciones van cambiando, pero se exagera al punto de creer que hoy Internet tiene más peso que los padres. Esto no es realmente cierto. La psicología tiene buena parte de la responsabilidad en perpetuar este mito cuando habla de generaciones: la Generación X, la Generación Y, Millenial, etc. Generaciones cuya conducta pareciera ser un producto fabricado por ellas mismas. El mayor crédito muchas veces se lo lleva la tecnología. Niños criados por un iPad o por la televisión. Estás nociones hacen que el problema se localice en ellos y que la pregunta sea ¿qué ocurre al interior de este niño que está llevándolo a comportarse de esta manera?


Es ahí donde está el gran obstáculo en el abordaje de este tipo de problema, en mirar la situación de ese modo, en poner en el niño –en su “subjetividad”- la principal posibilidad de generar el cambio en vez de poner esa posibilidad en quienes están a cargo del niño. El tema de fondo, es que los que tienen realmente el poder para generar un cambio son los padres. La familia ha ido perdiendo su peso en la sociedad, pero esto no significa que sea menos efectiva en cuanto al nivel de influencia que tiene sobre sus miembros. Muy por el contrario, los padres a menudo poseen un poder muchísimo mayor que el que la mayoría de ellos cree tener. Aquí retornamos a esos padres que miran al profesional pidiendo misericordia. No saben qué hacer, están preocupados, están angustiados y confundidos. Si se aborda el problema adecuadamente, ellos deben mantenerse siempre dentro de un proceso terapéutico como este. Esto no significa que no puedan haber ocasiones en los que se hable con el niño a solas, pero los interlocutores principales son los padres. Padres que deben perder el miedo a actuar con firmeza frente a su hijo.


Este temor proviene de la confusión entre ser firme y ser duro. El ser firme tiene que ver con una actitud de confianza en la propia posición y autoridad. La firmeza es compatible con una actitud amorosa y comprensiva hacia los hijos. Ser duro, en cambio, va más vinculado a una respuesta emocional de descarga, de una persona que se siente sobrepasada y que actúa de modo ofuscado. Si se las confunde, es justo no atreverse a tener esa actitud, por temor a que el hijo responda con una mayor insubordinación. Pero al poco andar de separarlas, se ve qué tan lejos están la una de la otra.


El camino que deben seguir los padres para ir adoptando una actitud más firme puede tomar un tiempo y encontrar dificultades y aprensiones en el camino, pero al contrario de lo que se pueda pensar, cuando estos cambios son conducidos adecuadamente, la respuesta del hijo no es de insubordinación, ni de rabia o agresividad. Es de alivio. Alivio de que los roles sean más claros, de que exista una reconciliación con la familia, de encontrar en los padres algo más seguro. Esa es la verdadera “salud mental”. No hay que olvidarse que, aunque han actuado como pequeños déspotas por un buen tiempo, son niños. Y sean de la Generación Y o nacidos en 1920, los niños requieren de padres que entreguen seguridad y constancia. Esto genera en ellos una sensación de felicidad y bien estar.


Orientar la mirada desde aquí, puede motivar muchos cambios. Y es que un proceso terapéutico puede ser muy efectivo cuando se aborda el problema desde el ángulo adecuado y para ello, mejor que generar una abstracción de la situación, es considerar el problema en su contexto, no subjetivarlo, no retirarlo nunca de la realidad.


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