TRASTORNO DE DEFICIT ATENCIONAL: ¿DE QUIÉN ES EL PROBLEMA?
Hoy en día impresiona la cantidad de pequeños pacientes que llegan a la consulta psicológica o psiquiátrica traídos por sus padres quienes indican como motivo de la consulta que su hijo “es excesivamente inquieto”, “no logro que haga sus tareas, es muy desordenado”, “en el colegio me dicen que no puede estar tranquilo”, “ya no sé qué hacer con él” e impresiona más cuando llegan los padres diciendo que su hijo tiene Déficit Atencional. En estas consultas es importante preguntarse ¿de quién es realmente el problema? ¿son los padres quienes se ven superados por la vitalidad o por la falta de concentración del hijo? ¿O es efectivamente el hijo quien tiene ciertas dificultades o necesidades distintas que habría que atender con mayor atención?

Efectivamente el Trastorno por Déficit Atencional (TDA) es un diagnóstico presente en los manuales que son usados por los profesionales de la salud mental. A nivel mundial está descrito como un síndrome que implica la presencia de varios síntomas, entre ellos la falta de atención o concentración, las conductas impulsivas, hiperactividad, entre otros. Existiendo diferentes tipos de trastornos por déficit de atención dependiendo de los síntomas que se observan a través de diferentes conductas del niño. De acuerdo a lo estimado en nuestro país por el Ministerio de Salud el Trastorno de Déficit de Atención (TDA) es el trastorno más frecuente en niños en edad escolar, estimándose que 1 de 80 a 100 niños está diagnosticado y, por ende, requiere de algún tipo de tratamiento ya sea psicoterapia o fármacos (o combinado) a causa de esta entidad diagnóstica. No obstante da la impresión de que son muchos más los niños que llegan a la consulta llevados por unos padres angustiados y que consideran que su hijo tiene TDA. Según el MINSAL, el 20% de los motivos de consulta de niños se deben a las conductas que pueden sugerir a padres y profesores un trastorno de déficit atencional.
Lo que me interesa discutir aquí no es la existencia del trastorno sino cómo éste es diagnosticado. Porque que si bien muchas veces puede estar acertado y esto puede generar que disminuya la angustia familiar ya que la intervención acorde puede beneficiar al niño, hoy da la impresión de que este trastorno está sobrediagnosticado, es decir, muchos otros niños están mal diagnosticados con este síndrome. Esto se puede identificar en la clínica misma como en la vida cotidiana, lo más probable es que muchos de ustedes hayan escuchado de niños que supuestamente tienen déficit atencional o damos cuenta de niños que sus padres se ven superados por su modo de ser y por esto lo llevan a una consulta psiquiátrica, connotando esto como un problema del niño. Esto hace pensar con qué ligereza se toma nombrar este trastorno y, en consecuencia, indicar tratamiento al niño. Considerando que la conducta normal y esperable en niños en edad escolar es ser curioso e inquieto, que busquen enérgicamente conocer el mundo, divertirse y que lo más probable es que le cueste prestar atención a cosas que le resultan aburridas, bueno y ¿a quién no? Lo importante aquí es que esta desconsideración de lo que es esperable en un niño, tiene una cantidad de consecuencias negativas para ellos que muchas veces uno no alcanza a imaginar.
Considerando a los niños que son mal diagnosticados con TDA, muchas veces se ve que quedan estigmatizados como el niño “problema”, “enfermo” o “difícil”, la “oveja negra” de la familia y lo más importante es cómo el niño termina identificándose con estas características, haciéndolas suyas y manteniéndolas como una forma de ser en el mundo, creciendo con esa imagen de sí mismo, el niño va internalizando la imagen que los padres le reflejan de sí mismo. Se suele ver pequeños que terminan teniendo una imagen propia muy negativa, una muy baja autoestima, sintiendo que son niños enfermos o que no son “normales”, llegando incluso a ser rechazados por sus propios compañeros de curso, finalmente las descalificaciones verbales promueven frustraciones y sufrimientos. Por esto, es importante que se pueda entender lo que realmente le pasa al niño o darse cuenta si es un problema para el colegio o para los padres. No es una novedad que en la sociedad en la que vivimos acostumbramos a buscar soluciones rápidas y cómodas, que faciliten una mejora para que uno pueda seguir con sus rutinas y deberes lo mejor posible, que los padres puedan ir a trabajar y ojalá descansar cuando llegan a casa y que los profesores puedan hacer sus clases ojalá sin niños que interrumpan por “mal comportamiento”, a costa de tomarse el tiempo para comprender.
Da la impresión de que nosotros mismos, psicólogos y psiquiatras, hemos contribuido a que muchísimos niños sean mal diagnosticados con este síndrome y por lo tanto, le damos una excusa a los padres para que no presten atención a otras posibles causas que podrían estar influyendo en la forma de ser de sus niños, justificando sus conductas desde este diagnóstico, dejando de lado que muchas veces son conductas normales para la edad de su hijo y que son ellos los que ven su comportamiento como un problema, ya que puede interferir con sus quehaceres cotidianos o con las expectativas educacionales que tienen de su hijo. Lo que postulo aquí es que muchas veces un poco de atención y dedicación por parte de los padres, que éstos acompañen a sus hijos en las tareas, propicien un ambiente adecuado para realizarlas, podría ayudar a modificar algunas conductas de su hijo.
Cabe destacar acá lo importante que es que los profesores, padres y profesionales psi tengan la capacidad para diferenciar una conducta que es normal o esperable en la etapa de desarrollo que se encuentra el niño de conductas o síntomas que pueden explicarse por este síndrome. Esto facilitaría que los adultos puedan aportar de manera positiva al darle un lugar a ese niño, que se le escuche de manera atenta y cariñosa en vez de asumir que padece de síndrome de déficit atencional y medicarlo, solución fácil y rápida a la demanda de los padres o del establecimiento educativo más que a la necesidad del mismo niño, esto puede tener como consecuencia patologizar innecesariamente o acallar otros problemas emocionales, dificultades en la familia o de adaptación, entre otros.