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¿SON LOS PSICOFÁRMACOS LA SOLUCIÓN?

En mis años de experiencia como psicólogo, he podido constatar un fenómeno relacionado con el uso de los fármacos por los pacientes y algunos psiquiatras. En muchas circunstancias se tiende a “cosificar” los trastornos psiquiátricos, entendiéndolos como un fenómeno externo a las vidas de las personas y la forma en que deciden vivirlas, formando una especie de nebulosa “psicoquímica” que ha de resolverse mediante el uso de medicamentos.

De esta forma, no es raro escuchar “tengo depresión, así que tengo que tomar antidepresivos”, cuando en realidad detrás de eso hay una persona que está viviendo una situación difícil hace varios años que le trae consecuencias hasta la actualidad. “Tengo ansiedad, necesito pastillas para dormir”, como consigna de una persona que tiene un hijo adicto que se escapa de la casa y llega intoxicado y violento a insospechadas horas de la madrugada. En estos discursos hay algo que pone en un plano similar el “tengo fiebre, necesito un antiinflamatorio”, con circunstancias de la vida de las personas que son mucho más complejas y que las implican de formas muy distintas.


Esta situación es complicada porque la decisión de las personas respecto al rumbo que quieren que tomen sus vidas pasa a un segundo plano. Finalmente, ellos pueden seguir años en circunstancias similares aplacando sus síntomas farmacológicamente. Si bien es una decisión válida seguir viviendo con el hijo adicto por años tomando ravotril por las noches, el problema es que se pierde la conexión entre el insomnio y la circunstancia vital. Entonces mantener el statu quo a través de medicamentos no se vive como una decisión, sino como un padecimiento “psicoquímico”. Es completamente razonable y sano que si hay un hijo que irrumpe con violencia e intoxicado en horas poco predecibles -por lo menos-, se tenga una dificultad para conciliar el sueño. Lo extraño es que se aíslen ambos factores y se llegue a decir “tengo un problema de ansiedad, necesito tomar ravotril por las noches”.


El punto aquí entonces no es criticar el uso de psicofármacos, sino más bien repensar un orden lógico para el estatuto de la sintomatología psiquiátrica y su relación con las vidas de las personas. Son extraños los casos en que hay puramente un desorden neuroquímico que necesita ser tratado con fármacos. Lo más común es que las sintomatologías obedezcan a ciertas formas de vivir la vida, a circunstancias complejas que la persona está atravesando. En ellas sí puede ayudar el uso de ciertos fármacos, disminuyendo los síntomas para que se pueda continuar con una vida funcional. Sin embargo, lo central tiene que ver con la vida misma de las personas.


Si bien los medicamentos pueden servir para aminorar el malestar en esas situaciones puntuales, el foco de los profesionales tratantes y las personas que atraviesan situaciones difíciles tendría que estar puesto en que se solucionen sus problemas, o que se produzca algún tipo de cambio en la vida misma de las personas. De lo contrario, no es raro ver personas que continúan en la misma situación pero afirman “tengo bipolaridad, tengo que tomar estos remedios para siempre”.


Nos enfrentamos entonces a un dilema ético, porque el uso de dichos medicamentos sí puede producir mayores problemas en el largo plazo, adicciones, e incluso deterioros cognitivos. Más aún, el interpretar la sintomatología como algo aislado de la vida de las personas por parte de los tratantes puede producir un efecto iatrogénico, es decir, que en lugar de sanar, enferma.


En nuestro ejemplo del padre con un hijo adicto, no sólo sigue viviendo la misma circunstancia a lo largo de los años, que sin duda es más llevadera con el uso de medicamentos sedantes. Además, con los años se vuelve dependiente de las benzodiacepinas (una de las más comunes es el ravotril), lo que se traduce en que cada vez necesita una dosis mayor para conciliar el sueño y se producen deterioros cognitivos importantes. Es bastante común encontrarse con casos similares, que por las complejidades de las adicciones a los fármacos son aún más difíciles de tratar.


Desde el punto de vista científico se ha probado que los medicamentos tienen un efecto positivo sobre la sintomatología, pero está comprobado también que lo más efectivo es acompañar el tratamiento farmacológico con psicoterapia, lo cual hace sentido desde lo que se ha expuesto. Y dado que la psicoterapia es la instancia en la que se pueden producir cambios sobre las vidas de las personas que las llevan a presentar dichas sintomatologías, es (o debiera ser) la instancia en la que se conversa de la vida misma, del dolor de tener un hijo adicto y los diversos caminos que existen para producir el cambio.

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