Es común que las parejas lleguen a terapia buscando un “juez” imparcial, que sea capaz de establecer una verdad y objetivar los acontecimientos por los que pasan juntos y que son a menudo foco de conflicto.
Esto conduce a que muchas veces se generen discusiones en torno a una situación en donde una de las partes señala que ciertas cosas ocurrieron y la otra que no. Así, nos encontramos con diálogos como el siguiente:
- Yo siento que me menosprecia, sobre todo cuando estamos con otras personas, hace como que no existiera. Por ejemplo, el fin de semana fuimos a comer con unos amigos y en un minuto le dije “mira, esas lámparas son las mismas que tenemos en la casa”. Y él ni me miró, se dio vuelta y siguió conversando con otro del grupo.
- No fue así, yo no escuché lo que me dijiste y me di vuelta para tomar una servilleta, además…
Estos diálogos se extienden y cada uno entrega sus argumentos para “probar” que su percepción de lo ocurrido es la correcta. Con frecuencia buscan la mirada del terapeuta buscando reafirmación. Se espera que este tercero imparcial dictamine finalmente quién tiene la razón respecto de lo ocurrido, quién tiene el relato más consistente y, por lo tanto, quién está diciendo la verdad.
Como terapeuta, uno podría caer en esta dinámica y abocarse a la tarea de dilucidar correctamente lo ocurrido. Sobre todo porque el ejemplo citado es burdo y las situaciones que describen los pacientes en la realidad son mucho más complejas y llenas de matices, lo que aún más puede engañar al terapeuta y crearle la necesidad de esclarecer los hechos.
Pero la razón de usar un ejemplo tan básico es porque la labor real del terapeuta justamente no está en objetivar los acontecimientos de una situación, sino en levantar los afectos y preocupaciones que los pacientes están transmitiendo por medio de sus historias. Y, por lo tanto, el ejemplo da lo mismo.
En concreto, lo importante del relato de arriba no es si él la escuchó o no, si se dio vuelta para tomar una servilleta o hablar con otra persona o si ella habló demasiado despacio. Lo importante es que ella se siente menospreciada y si su ejemplo fue bueno o no, real o no, no cambia ese hecho. Porque no basta que ignoremos una vez a nuestra pareja para hacerla sentir de esa manera, no basta que seamos cortantes en un mensaje de texto para producir ese efecto tan profundo en alguien.
Detrás de una sensación de esa naturaleza no hay un evento, sino una historia. Esa historia podría contarnos acerca de una relación en donde un marido sistemáticamente ignora a su señora, no siempre, pero con demasiada frecuencia. Pero también podría contar de una relación en donde el marido se siente sobreexigido, permanentemente criticado, donde todo lo que dice puede ser usado en su contra. O bien, una historia de un hombre que no recibió afecto de sus padres y que no sabe reflejar su cariño y preocupación porque jamás aprendió. O de una mujer que no recibió afecto de sus padres y es muy sensible a las señales de indiferencia, porque le aterra sentirse abandonada una vez más por alguien a quien quiere tanto.
El trabajo del terapeuta no es el de un juez ni un detective. Su trabajo es ayudar a la pareja a recordar cómo se escuchaban. Y a que el cariño que se tienen, y que los tiene ahí sentados buscando ayuda, deje de doler y se sienta como una motivación y una oportunidad.
Por Joaquín Novoa