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EL VOCABULARIO TÉCNICO Y LA PSICOTERAPIA

Cuando se comienza a trabajar en un contexto terapéutico surge una sensación de incertidumbre y desorientación. Con los primeros pacientes suelen aparecer inquietudes como “no sabría qué decirle o qué hacer con un paciente al frente”, “¿ayúdame con el diagnóstico?”, “¿cómo se trata a un paciente con este diagnóstico?”. Como es habitual en muchos lugares de trabajo, uno se ve frente a la difícil tarea de llenar la “Ficha de atención psicológica”. En ella se pide indicar el “motivo de consulta”, realizar una “hipótesis comprensiva/dinámica”, y diseñar un “plan de tratamiento”, datos que se obtienen de la mano del DSM o el CIE. Al finalizar la primera sesión se presenta el problema de cómo transcribir en términos técnicos y médicos la sesión que acaba de pasar.


Sucede entonces, por ejemplo, que llega un paciente a consultar por estar constantemente preocupado, quedarse en blanco en su trabajo, tener palpitaciones y ponerse ansioso, situación que lo tiene al mismo tiempo con poco ánimo. Una posibilidad es diagnosticar desde el DSM algún Trastorno Ansioso o quizás nos preguntemos si esto responde a una situación puntual, por lo que sería un Trastorno Reactivo. Pero uno se pregunta… ¿no será más sensato expresarse diciendo que es una persona a la que le está costando realizar su trabajo actual? Pues quizás estudió una carrera que está sobrepoblada, siente que su universidad no lo preparó lo suficiente, y al mismo tiempo necesita ganarse el sueldo para poder pagar el Crédito con Aval del Estado. Uno se pregunta por qué no hablar de esta manera, sin utilizar el vocabulario técnico psiquiátrico.


El supuesto a la base al establecer un diagnóstico psiquiátrico como los mencionados, es que podemos aspirar a conseguir herramientas, técnicas o términos específicos que nos permitan normar y categorizar los fenómenos con los que nos encontramos. Por ello se recurre a los manuales de salud mental que permiten ponerle nombre a las cosas que vemos, como por ejemplo decir que al frente tenemos un Trastorno por Déficit Atencional y no una Depresión. En segundo lugar, nos facilita la comunicación con otros profesionales. Podemos decirle a un psiquiatra o a un fonoaudiólogo que alguien tiene Trastorno Ansioso y probablemente entienda lo mismo que nosotros. En tercer lugar, fomenta la sensación de seguridad, de saber que estamos haciendo algo concreto, objetivo y confiable. Pero, ¿realmente se entiende algo al utilizar la etiqueta, o más bien limita nuestras posibilidades de comprensión? ¿No nos encontraremos frente a una ilusión de comprensión?


Ahora bien, a través de los años, desde los distintos enfoques no se ha dejado de cuestionar esta pretensión de cientificidad, cuestionando lo técnico y llamando a un vocabulario más humano, directo y sencillo. Una de las primeras propuestas distintas surge desde la Teoría Humanista, quienes oponen a la objetividad de la psiquiatría la descripción directa de la experiencia del paciente. Por otro lado, la corriente Sistémica afirma estar en contra del uso de etiquetas por parte de los terapeutas, considerándolas formas de ocultar bajo un nombre psiquiátrico un problema concreto por lo general relacionado con el contexto familiar de la persona. Esta misma crítica se hizo también al interior del psicoanálisis por autores como Lacan, que cuestionó la pretendida rigurosidad y cientificidad de la entrevista psiquiátrica rescatando el Tratamiento de Prueba de Freud en las Entrevistas Preliminares.

Llama la atención que esta aproximación más simple, directa y concreta no haya permeado hacia la clínica, y que no se haya establecido como una opción generalizada en el quehacer terapéutico, pese a las críticas plantadas por los enfoques señalados. Quizá una posible explicación es que el vocabulario técnico-científico es percibido de manera más profesional por el público general, que desdeña el sentido común como algo muy básico y poco serio, junto con la suposición de que fuera de este lenguaje no se puede decir nada riguroso. Pero, ¿es certera esta afirmación? ¿Por qué no aspirar a una forma de hablar más representativa de la experiencia real del paciente, sin la pretensión de cientificidad de un vocabulario técnico?


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